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Ganar & perder


 

En mi entrada antepasada hablé de cómo es que el amor puede llegar a ser perfecto, y no en la palabra literal, sino metafórica y romántica. Cuando estás en una relación donde el enamoramiento se desvanece y queda sólo el amor crudo, real y como es verdaderamente, te das cuenta que tiene rasguños, golpes, y marcas. Ya no es todo color de rosa, y amas poder conocer también la escala de grises. Sin embargo, hay que ser inteligentes, y saber qué peleas valen la pena ser peleadas, y cuales simplemente te llevarán a la inminente derrota.

Hay cosas que por más impecable que sea una relación, pueden llegar a mancharla; el orgullo por ejemplo. Si fuésemos un poquito más sabios, más empáticos, y menos egoístas, dejaríamos de caer en cada bache del camino, el vaso de agua nunca sería un lugar para ahogarse, y lograríamos ser más libres, más felices. Cuando comenzamos a escuchar, e intentar comprender, logramos darnos cuenta que torcer el brazo no implica que se va a romper.

He pasado por situaciones en las que me he subido a la montaña rusa que es la vida, y he aprendido que es normal los altibajos del recorrido, y que la manera en que aprendas a soltar la barra y levantar las manos es como disfrutarás de las caídas drásticas que se aproximen. En el conjunto de la emoción del subir y el terror de caer, encuentras pedacitos de felicidad que van formando la GRAN felicidad, constituida por dichos fragmentos, sabores, y emociones.

Cuando uno aprende que el amor y la comprensión que se dan, es para el bien propio, termina reflejándose en quien te rodea, ya sea mamá, papá, novio, terrícola o alíen, o simplemente uno mismo.

 

No hay que andar con juegos que implican fracasos enmascarados de victorias,

como quien manda, quien puede más; lo único que se gana es olvidar el verdadero sabor del amor, por haberte quedado con la amargura del orgullo. Como dijo Gandhi o alguna frase de pinterest que se lo adjudicó a él

“ojo por ojo termina dejando el mundo ciego”.